domingo, 12 de febrero de 2017

Las relaciones sexuales y la construcción de una nueva sociedad-ensayo

La plena sexualidad es una condición del ser humano libre, completamente realizado, tanto de punto de vista existencial, político, intelectual como afectivo y sexual. Es por ello que en todas las sociedades de dominación el control de la sexualidad de las personas es un instrumento fundamental. Una vez los límites de la violencia física alcanzados, la mejor manera de domesticar a los seres humanos y someterlos a un régimen de explotación al servicio de una clase social dominante es impedir, por medio de la religión, la educación y el control social que realicen plenamente su sexualidad, lo que viene a ser lo mismo que impedir que el ser humano, al hacer el amor, pueda realizar todas sus otras potencialidades y sea libre.

El control social de la sexualidad ha tomado diferentes formas en las épocas históricas pasadas hasta alcanzar formas refinadas en la época moderna, pero, desde que nacieron las sociedades de dominación, dichas formas se han caracterizado por haber realizado una dicotomía entre los seres humanos femeninos y los seres humanos masculinos. Nace el Hombre como representante del régimen dominante y nace la Mujer como representante del sujeto dominado. El primero, sin importar su condición social, formando muchas veces parte de los oprimidos él mismo, es el encargado de reproducir la dominación a todos los niveles, en las instancias políticas, en el trabajo, en la escuela, en la familia y en la cama con su mujer, mientras que la mujer es desposeída completamente de su calidad de persona para convertirse en virgen, en madre, en muñeca o en puta. No importa tampoco la clase a la cual pertenece. El ser humano femenino convertido culturalmente en mujer no es sino el objeto sobre el cual se ejercen el poder y la dominación del Hombre. Dicotomía que ha permitido a través de la historia, a todos los niveles de las sociedades, la reproducción de diferentes sistemas de dominación y explotación de una clase hegemónica sobre las otras.

Se controla a las personas sexualmente eliminando la condición más elemental de la satisfacción sexual en los seres humanos, o sea, su multidimensionalidad. Ya que, para que los seres humanos puedan ser plenamente felices y sexualmente satisfechos, primero que todo, no deben hacer de la relación amorosa únicamente una relación física, sino que tienen que integrar en ella múltiples dimensiones: sexuales, afectivas, poéticas, intelectuales, creativas, festivas, humorísticas, etc. En segundo lugar, hacer el amor es un inmenso acto de creación, entrega y generosidad entre dos personas y una de ellas sólo puede quedar satisfecha en la medida en que la otra queda satisfecha también. Un acto sexual en el que uno de los participantes se impone sobre el otro, lo domina y lo explota sexualmente no puede dejar satisfecho a ninguno de los dos. Aunque uno de ellos se sienta muy orgulloso de haber actuado como ente dominador y el otro tenga que tragarse toda su humillación y su tristeza, los dos quedan igualmente insatisfechos.

Así, la sociedad de dominación castra al ser humano masculino de sus dimensiones humanas más valiosas, amor, sensibilidad, respeto, reciprocidad, complementariedad, etc. Lo convierte en macho, o sea, en instrumento de dominación, impidiéndole que sea una persona libre, feliz sexualmente y disminuyéndolo de la misma forma en la que disminuye a la mujer sumisa y oprimida, a la que priva también de su capacidad de realizarse como un ser humano completo. Esta situación hace que vivamos en una sociedad en la que hay una mayoría de machos castrados quienes, lejos de admitir la grave mutilación que sufren y luchar por la extinción de la sociedad de dominación que los ha creado, se sienten orgullosos y pasan su vida a reproducirla, tratando de convencerse y de convencer a los demás de que son los que mandan, los más fuertes, los más valientes, los más inteligentes y los más machos. Al mismo tiempo que muestran, por una parte, con la gran inestabilidad de su vida sexual y, con sus depravaciones, su completa incapacidad a obtener una satisfacción, tanto sexual como afectiva y emocional, que los haga felices. Muestran también, por otra parte, con su pasividad, ignorancia y sumisión social su calidad de sujetos privados de libertad, incapaces de emitir una critica creativa y sometidos a los intereses de la clase dominante.

El concepto Hombre-Mujer es entonces un concepto político que expresa las relaciones de poder y dominación que existen en una sociedad determinada. En este ensayo se tratará de analizar este concepto, la forma en la que afecta las relaciones sexuales de los seres humanos y su felicidad así como la necesidad de construir una nueva sociedad de libertad en la que todos los seres humanos, sin diferencia de sexo, puedan expresar plenamente su sexualidad y ser felices.


El concepto Hombre-Mujer como instrumento de dominación

El concepto Hombre-Mujer sufre transformaciones según los diferentes tipos de sociedad y modelos políticos, económicos y culturales. La relación de la mujer con el hombre es una interacción estrechamente ligada a la forma en la que una sociedad determinada produce, distribuye sus riquezas, consume, se organiza, construye sus reglas normas y costumbres y  se relaciona con la naturaleza.  Por lo que, el concepto Hombre-Mujer implica un sujeto construido históricamente con múltiples facetas y dimensiones. No es una categoría universal, sino que, en una sociedad de dominación, está sujeto a diferencias de clase, grupo social, religión, etc. A pesar de ello, el concepto está íntimamente ligado a través de toda la historia con las estructuras sociales de desigualdad y con los mecanismos de poder, explotación y opresión que permiten a pequeñas elites o grupos sociales apropiarse y monopolizar los recursos y las riquezas que pertenecen a la sociedad como un todo.

a) Como surge el concepto Hombre-Mujer

Las diferencias físicas entre el sexo masculino y el femenino hacen que aún en el reino animal haya una "división del trabajo" entre los machos y las hembras. Los primeros, más fuertes, defienden generalmente a la comunidad y son los detentores del poder sexual, mientras que las segundas tienen como función fundamental el reproducir la especie. Las relaciones, no solamente entre los dos sexos, sino que también entre todos los miembros del grupo animal, están basadas en la dominación del animal más fuerte, su monopolio sobre las hembras y la sumisión de todos los demás machos, en una relación tipo "escalera" en la cual el que sigue al "más fuerte" siempre tiene un "más débil" al cual dominar hasta llegar a lo más bajo de la escala. Lo cual, biológicamente, permite que sean siempre los individuos más fuertes quienes tienen la capacidad de reproducirse y transmitir sus cualidades a los futuros miembros del grupo[1]. A parte de esto, todo el grupo tiene como objetivo principal su alimentación y su defensa contra los depredadores para poder sobrevivir. La función de los más fuertes es generalmente, además de dominar, defender a los más débiles y protegerlos.

En la comunidad animal los sexos están íntimamente relacionados en un todo coherentemente articulado que tiene como finalidad la perpetuación instintiva de la especie. Podemos suponer que, cuando los primeros seres humanos comenzaron a existir y a desprenderse de su carácter puramente animal el desarrollo de toda una serie de cualidades a carácter humano fue una de las condiciones esenciales para que la nueva especie subsistiera. Cualidades que los animales no tenían o tenían en forma muy poco desarrollada, tales como la imaginación (para prever el peligro y las dificultades), la creatividad y la invención (para fabricar instrumentos y símbolos), el pensamiento (para analizar las diferentes situaciones), la organización (para defenderse y sobrevivir) y la solidaridad (para acrecentar su fuerza), el humor (para reírse de sus propios errores y poder corregirlos), el respeto (para impedir que los más fuertes lastimaran a los más débiles), etc. Todas estas tuvieron que ser cualidades que se desarrollaron poco a poco debido a la necesidad que tenía la comunidad animal, que comenzaba solamente a ser humana, de protegerse y de sobrevivir en un mundo hostil lleno de peligros.

Esta diferenciación de la naturaleza se daba al interior mismo de la naturaleza con la que los nuevos seres humanos conformaban un todo indiviso. Sin embargo, la ley del más fuerte, que permitía la dominación del macho principal sobre el grupo animal tuvo que superarse en vías de la sobrevivencia del grupo que dejaba de ser animal a medida que remplazaba las relaciones de fuerza y dominación intergrupales por relaciones de colaboración, solidaridad y equidad. Los nuevos individuos se fueron construyendo sin rechazar las funciones reproductoras que, según su sexo, tenían en el reino animal pero, al mismo tiempo, fueron adquiriendo sin importar el sexo que tenían, una multiplicidad de otras funciones diferentes que comenzaron a darles su  carácter de seres humanos sinónimo de multidimensionalidad.

El ser humano naciente, además de sus instintos y características puramente animales, comenzó a desarrollar cualidades que lo diferenciaban claramente del resto de la naturaleza, pasando a ser de un simple animal, un animal pensante y hablante, un animal político, un animal creativo, etc. Tanto los seres humanos masculinos como los femeninos, con sus diferencias físicas y funciones reproductoras respectivas, evolucionaron en el mismo sentido y se convirtieron ambos en seres humanos o personas multidimensionales pues, lo que estaba en juego era la sobre vivencia de la especie como un todo. Los grupos eran pequeños y era sumamente importante que todos sus miembros participaran, cada uno según sus posibilidades, en forma voluntaria y activa a su perpetuación en el tiempo y en el espacio. 

La organización social, la planificación de actividades y la división del trabajo, la investigación colectiva de nuevos alimentos o medicinas, la invención de la magia y la superstición, la solidaridad y cohesión del grupo eran fundamentales tanto para defenderse de los enemigos y predadores como para cazar un gran animal, distribuir las diferentes actividades (subsistencia, religiosas, artísticas y  de diversión) y la producción de instrumentos (arcos, flechas, canastas, etc.), distribuir la comida y las riquezas creadas, etc. Ya que, dicha sobre vivencia dependía de la capacidad que tenía cada uno de los miembros del grupo de desarrollar sus múltiples potencialidades, organizarse y unirse con los demás para trabajar y defenderse todos juntos.

El nuevo ser que surgía al interior mismo de la naturaleza no hubiera podido sobrevivir si todos los individuos de la especie no hubieran estado unidos y trabajado solidariamente por los mismos objetivos pues, el ambiente al que se confrontaban, la naturaleza al interior de la cual debían desenvolverse, era demasiado amenazadora y constituía un peligro demasiado grande para ellos.

Por lo que, no hay ninguna razón para suponer que los animales-humanizados del sexo femenino no hubieran podido desde el comienzo desarrollar las mismas cualidades ni sufrir las mismas transformaciones que los del sexo masculino. Al contrario, su instinto maternal y su capacidad de reproducir dentro de su vientre a los nuevos individuos de la especie le dieron seguramente una profundidad de sentimientos, una sensibilidad, una madurez, una valentía, una intuición, capaz de prever los peligros y evitarlos, etc., mayores que los de los individuos del sexo masculino. La prueba es la existencia durante miles de años de sociedades matriarcales, de un arte y religiones en las que el poder de fecundidad de la madre y las formas femeninas eran predominantes.

Esta etapa en la historia de la humanidad supuestamente comenzó a cambiar cuando la agricultura, el trabajo de los metales y la domesticación de los animales dieron a algunas comunidades una mayor seguridad alimentaria y un mayor poder guerrero. La abundancia de alimentos, una menor necesidad de cambiar constantemente de territorio, la concentración en los primeros poblados de un número mayor de personas, armas e instrumentos de mejor calidad que permitían hacer la guerra a las comunidades más débiles y la posibilidad de esclavizar durante las guerras a individuos de dichas comunidades hicieron que los individuos más fuertes del sexo masculino se diferenciaran del grupo y, aprovechándose de su mayor fuerza, comenzaran a desarrollar relaciones de dominio, de monopolización de las riquezas y de exclusión al interior mismo de su comunidad. La unidad con la naturaleza y dentro de la comunidad se rompe, surgen formas de jerarquía social, las formas de organización cambian y el arte y la religión pierden su carácter panteísta y femenino para dar lugar al guerrero, al patriarca y a los dioses masculinos.

Una gran tensión debió surgir entre los individuos más fuertes del sexo masculino y los individuos más débiles a los que debió subordinarse a su nuevo rol. Los primeros protegían militarmente al poblado o pillaban a las tribus vecinas, al mismo tiempo que proporcionaban una mayor cantidad de comida y de objetos fabricados a la comunidad, gracias a sus habilidades en la caza y en la guerra, mientras que los segundos tuvieron que irse sometiendo por la fuerza a las nuevas condiciones sociales. La fuerza bruta, sin embargo, no es un buen instrumento de dominación más que por cortos periodos de tiempo. Las comunidades descontentas corren el riesgo de sublevarse a todo momento y hacen del ejercicio del poder una actividad incomoda, insegura e inestable, por lo que los nuevos jefes, príncipes o señores recurren a dos astucias para poder dominar sin que su poder sufra mayores riesgos: la Religión y la Mujer. Por medio de la primera, justifican y legitiman su poder de dominación por todos los siglos. Por medio de la segunda, dan la posibilidad a todos los miembros del sexo masculino de la comunidad, sin importar lo bajo de su categoría social, de ejercer cada uno de ellos una fracción de dicho poder, convirtiéndolos en cómplices directos de la explotación y de la opresión social.

Nace la Mujer pero, nace al mismo tiempo el Hombre. Los dos sexos que anteriormente eran formas diferenciadas de la misma unidad, que se complementaban mutuamente para asegurar la reproducción y la sobre vivencia de la especie, se convierten en formas antagónicas de la estructura social. Uno es el símbolo del poder y de la dominación, la otra pierde su carácter de ser humano y se convierte inexorablemente en objeto de reproducción, de servidumbre, de prestigio o de placer. Se convierte en el objeto por excelencia sobre el que se ejercen poder y dominación. Nace la Mujer pero, nace al mismo tiempo el Hombre, sin darse cuenta que, al someter a su compañera y disminuirla, al convertirla en objeto, es él mismo quien está perdiendo su libertad, su multidimensionalidad, su capacidad de critica y de participación a la toma de decisiones políticas y por lo tanto su capacidad de realizarse en tanto que ser humano, de hacer el amor en forma satisfactoria, de ser feliz y hacer felices a su mujer y a sus hijos, de construir una sociedad en la que todos sin distinción, sean felices también.

La sociedad humana sufre un gran retroceso y regresa a los paradigmas puramente animales que la constituyen. Es de nuevo la fuerza, la violencia y el predominio del más fuerte el combustible que hará funcionar el motor de las diferentes sociedades de dominación. La capacidad de critica, de creación y de invención, se verán limitadas por las convenciones sociales que permitirán su existencia únicamente en la medida en la que no metan en causa a los sistemas de dominación socio-económicos. La solidaridad y la generosidad se expresan solamente a la hora de cataclismos naturales o sociales, en la que nuevamente sólo la cohesión del grupo puede permitir su subsistencia.

Este hecho, trascendental en la historia de los seres humanos, ha tenido repercusiones en todos los aspectos de la vida. Desde en las relaciones con la naturaleza hasta en las relaciones sexuales, en la organización de la familia y el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. Los hombres insatisfechos acrecientan cada vez más su sed de poder y dominación, su capacidad de destruir por medio de la guerra y de una economía poco conforme a la satisfacción de las necesidades humanas, mientras que la generalidad de las mujeres insatisfechas, después de interiorizar su calidad de objeto, contribuyen a reproducir la sociedad de dominación y se someten a ella.




[1] O sea que la función de dominación tiene también un carácter reproductor por medio del cual la naturaleza asegura que sólo los mejores individuos (físicamente hablando) puedan transmitir sus características a las generaciones futuras dándoles mejores condiciones para que defiendan y salvaguarden el futuro de la especie.

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